Los primeros coches querían ser calesas
Los primeros automóviles imitaban a los carruajes tirados por caballos porque tenían más alta consideración. De hecho convivieron durante bastantes años y aún hoy hay quien los prefiere (la reina de Inglaterra y los turistas en Sevilla, principalmente).
Uno de los primeros coches (de la Wikipedia)
No querían hacer un coche como éste porque preferían las calesas.
¡Vamos hombre!
Los primeros fabricantes no quisieron hacer estos coches porque molaban más las calesas.
Si has leído hasta aquí estarás pensando «¿Esto no era un blog sobre bibliofilia? ¿habrá dejado bibliotranstornado la medicación?» ¡Pues sí!, esto es un blog de bibliofilia, y los párrafos anteriores son una analogía para hacer más evidente lo absurdo de unas ideas que suelo leer sobre historia del libro. Y de la medicación digamos que la sigo...
Argumentos tan peregrinos como éste se ven frecuentemente, cambiando primeros coches por incunables y calesas por manuscritos, en la historia del libro antiguo.
En toda la historia de la humanidad los inventos han sido un proceso gradual, se avanza en un aspecto pero si se puede aprovechar lo anterior se aprovecha hasta que un nuevo invento va eliminando los aspectos que no habían cambiado.
Así cuando se inventó el carruaje sin caballos, se aprovechó el chasis, las ruedas, los asientos, los faros... y sólo hubo que añadirle un mecanismo que ya existía en los barcos. Más adelante se sustituyeron las ruedas por ruedas con neumáticos, carrocerías aerodinámicas, etc.
Y lo mismo pasó con los libros: el invento de la imprenta (tipos móviles y plancha) no necesitó cambiar el diseño de los libros para que el invento fuera productivo. Años más adelante alguien se dio cuenta que las abreviaturas medievales estaban muy bien para cuando se escribía a mano, pero que no aportaban nada a los impresos y paulatinamente fue desapareciendo, al mismo tiempo que se incluían numeración, foliación, reclamos, signaturas tipográficas, tablas e índices de contenidos, portadas, etc.